EN
POS DE UNA HISTORIA AUTENTICA Y VERDADERA
Por Jaime Vargas Izquierdo
Recuerdo ahora, como uno de mis maestros de pedagogía era reiterativo
en señalar a quienes éramos discípulos de sus eruditas cátedras, sobre la necesidad perenteroria que incumbía a quienes se
dedicaran a la enseñanza, maestros, profesores, catear0ticos o preceptores, para no caer en excesos en la difícil tarea de
trasmitir conocimientos a sus alumnos o educandos. El maestro de marras había hecho suya la sentencia conforme a la cual,
<es preferible ocuparse de pocos temas, pero sin errores, a enseñar a muchos con ellos>. Nuestro viejo profesor adicto
a los latinajos, nos remataba en recomendación con la expresión que nunca olvide, < Non multa sed multum>., como quien
dice, < no muchas cosas, sino mucho>, y agregaba, < Lo que importa no es la cantidad sino la calidad>.
Conforme a lo anterior, es recomendable que quien se dedique
a la docencia, como catedrático, conferencista o panelista, particularmente en áreas de tanta significación como las ciencias
sociales, naturales o la filosofía, tenga especial tiento en procurar que los conocimientos que lleva a sus alumnos, en forma
oral o escrita, están soportados en la verdad, en las realidades y no en especulaciones o conjeturas, ni mucho menos en teorías
sesgadas o hijas de personales querencias o intereses egoístas.
Una de las ramas fundamentales de las ciencias sociales, es
la historia, talvez la más lesionada por la inadvertencia o la ignorancia de muchos profesionales de esta disciplina, quienes
para deslumbrar a sus discípulos, convierten la narración de episodios específicos de la historia, en fábulas o novelones
fantasiosos, producto de oídas, de su imaginación calenturienta o de un precario conocimiento de los hechos reales. Lo grave
de lo anterior es que muchos personajes que presumen de doctos de la historia caen en esta perniciosa práctica, más lesiva
y dañina por la circunstancia de ser poseedores de fama y aureola como doctos y expertos conocedores de la ciencia de Clío,
lo cual les comunica un alto nivel de credibilidad sobre las gentes.
La historia no puede convertirse en una simple ficción a manera
de pasatiempo lúdico, ni en la presentación fragmentada de relatos del acontecer pasado engarzados en creaciones fantásticas.
Si bien la historia se consideró por muchos como una memoria colectiva, tal concepción no puede ser tenida en cuenta sino
mediante la comprobación de la veracidad de los acontecimientos vistos de manera particular. La historia auténtica y verdadera
no es una simple acumulación o sumatoria de recuerdos individuales, de ordinario tergiversados por la fragilidad de la memoria
de sus autores. Por eso nos parece absolutamente peligroso y dañina que para recuperar la historia se recurra a la recuperación
de hechos sin soporte en la verdad y todavía mas arriesgado, como lo señalamos arriba, que sean las personas reputadas como
sapientes las que incurran en dislates, imprecisiones, citas erróneas en interpretaciones incorrectas de la realidad histórica.
Por ejemplo en una obra de Juan de Orduña, conocida como, <Locura de amor>, se refería a los temas históricos presentados
en filmes o documentales para señalar que con la introducción de elementos falseadores de la verdad histórica lo estaban ocasionando
un mal irremediable a la formación de los jóvenes.
La tradición oral, cómo no, es un mecanismo importante para
escrutar el transcurrir de la historia y los anales de un pueblo, pero es impropio tomarla como materia prima exclusiva o
como fuente única y absoluta de los componentes historicos de un país o de una región; tal tradición debe estar solidariamente
verificada, reelaborada, clasificada y articulada mediante un proceso que es principio insustituible de la misión del verdadero
historiador. Lo propio puede ocurrir con ciertos textos productos del magín de muchos cronistas o narradores que nos antecedieron,
los cuales de ordinario pueden tener un valor testimonial relativo pero no una absoluta credibilidad, dado el subjetivismo
apasionado de sus autores. Tampoco puede estimarse como fuente confiable para nutrir la historia lo consignado en periódicos
o revistas, los cuales como es sabido presentan de ordinario, la noticia o el comentario acomodándolos a la concepción de
quien escribe, así un mismo acontecimiento puede tener diferente presentación y distinta interpretación. La disparidad en
la revelación de un acontecimiento específico podría ser elemento distorsionarte como aporte a la elaboración de una historia
fidedigna.
Visto lo anterior, el genuino historiador es aquel que verifica
y sopesa la realidad de los acontecimientos puntuales de un pueblo y aquel que mediante una paciente , ecléctica y metódica
investigación, elimina el cultivo de la historia episódica para dar un paso a la auténtica historia, como objeto concreto,
veras y articulado de la vida de una sociedad.
La historia como ciencia apunta, tal como lo precisaba el sociólogo
historiador inglés Arnold Thoynbes en su, < Estudio de la Historia.>, no sólo a identificar de qué manera ocurrió, sino
a indagar por las causas que lo generaron y las consecuencias de su ocurrencia. Así la historia como elemento científico no
es un ejercicio memorístico, la mayoría de las veces plagado de inexactitudes e incoherencias, rayanas en la fantasía, sino
algo según la definición del historiógrafo Manuel Tuñon de Lara en su <Porque la Historia>: “La Historia es mucho
mas que un pasatiempo una evasión; la Historia significa nada menos que conocer los cimientos de nuestra vida actual, saber
de donde venimos, quienes somos y aumentar las probabilidades de saber a donde vamos”.
Quines somos amantes de la Historia, sin presumir de historiadores,
nos queda la esperanza de contar algún día con una nueva historia que nos permita conocer las realidades de nuestra patria
y de nuestro terruño; parafraseando a alguien podremos afirmar que la Historia es demasiado trascendental para la vida de
los hombres como para dejarla en manos de seudohistoriadores; anhelamos una historia y no muchas historias, tal como lo pedía
nuestro viejo maestro de pedagogía.
ADEDENDA.- “El futuro será incierto e imprevisible para
los pueblos que no sean conscientes de su propia y verdadera historia”. ( M.T.L.)