La Revolución Comunera y su Adalid Juan Lorenzo Alcantús
Por: Jaime Vargas Izquierdo
El pasado jueves 16 de Marzo se cumplieron 135 años de uno de los acontecimientos
de más profundo significado histórico en nuestro país, la Revolución de los Comuneros, cuyo escenario principal fue la heroica
ciudad santandereana del Socorro. Los analistas de la historia colombiana no han vacilado en señalar al movimiento comunero
de 1781 como la primera manifestación trascendental de resistencia popular de la época colonial, antes de la cual sólo se
habían registrado leves asomos de inconformidad materializados en motines, alborotos y protestas advertidos esporádicamente
en poblaciones de Santander y de Boyacá. Conforme a los propios historiadores, la insurrección comunera tuvo como motivo aparente
los altos costos de los tributos decretados por la Corona Española, pero la verdad es que mediaban otras circunstancias generadas
por el descontento popular, producto del maltrato y el desprecio hacia los criollos por parte de las autoridades coloniales,
de ahí que las gentes del común hubieran acogido como consigna de lucha aquella de, “Viva el rey y abajo el mal gobierno”.
No es nuestro propósito profundizar sobre los orígenes, desarrollo y desenlace
de este levantamiento popular de tan señalada significación en los anales de las luchas reivindicatorias de nuestra patria,
pero si consideramos pertinente acoger la tesis de los investigadores de nuestra historia, quienes no han vacilado en señalar
a la Revolución de los Comuneros como una de las causas más significativas de nuestra emancipación y en el antecedente más
notable del Grito de Independencia del 20 de julio de 1810.
Como arriba lo hemos señalado, el levantamiento ciudadano del 16 de marzo de 1781
marcó un hito transcendental en los anales patrios; la convocatoria formulada por los líderes de la insurrección fue acogida
por las gentes humildes y oprimidas, quienes organizaron avanzadas revolucionarias y procedieron a conformar montoneras y
batallones para marchar hacia Santafé para exteriorizar allí su inconformismo y su protesta, empeño que se vio frustrado,
y su marcha truncada, por las traiciones de algunos de sus capitanes y por la acción engañosa y perjura del arzobispo Caballero
y Góngora, circunstancias que no sólo dieron al traste con este heroico movimiento, sino que desembocaron en la más feroz
y sanguinaria represalia, ejercida sin piedad por las autoridades coloniales y materializada, en la ejecución crudelísima
de los caudillos de la heroica gesta revolucionaria, episodio que llenó de oprobio e ignominia las páginas de la dominación
chapetona.
Historiadores de la prestancia de Indalecio Lievano Aguirre, Horacio Rodríguez
Plata, Germán Arciniegas, Gabriel Camargo Pérez y Manuel Briceño, entre otros, se han ocupado con suficiencia de este episodio
de nuestra historia patria, empero, para derivar una enseñanza de lo que la Revolución Comunera significó para nuestra ciudad
de Sogamoso, es preciso que nos detengamos un momento a reflexionar sobre un aspecto que debe interesar a los sogamoseños
de nacimiento o adopción y es el de la vinculación de nuestro pueblo a este importantísimo acontecimiento histórico y destacar
ahora, de que manera, nuestros coterráneos fueron los primeros en contestar a lista a la convocatoria comunera, liderada por
José Antonio Galán, su máximo caudillo, Isidro Molina, Manuel Ortiz y el Sogamoseño Juan Lorenzo Alcantús, (así con S), entre
otros, y cómo Sogamoso aportó a la causa del común a señaladísimos capitanes como Pablo de Nossa, José de Vega, Alejandro
Abendaño, (sic), Juan Antonio Alcantús, primo de Juan Lorenzo.
Sogamoso, pueblo por tradición, altivo y con vocación democrática, no sólo hizo
presencia en la gesta revolucionaria del común, sino que pagó tributo a tan heroica causa con el sacrificio de su máximo adalid
comunero, Juan Lorenzo Alcantús, cuya crudelísima ejecución y descuartizamiento fueron determinados por el gobierno chapetón
en un acto que ensombreció nuestra historia.
Por lo anterior y como complemento de estas notas recordatorias de la revolución
comunera, queremos, una vez más, no sólo exaltar a nuestro mártir sogamoseño, sino reiterar las afirmaciones de nuestro máximo
historiógrafo y académico, Gabriel Camargo Pérez, quien a través de profundas y pacientes investigaciones logró establecer
de manera inequívoca y contundente, basada en documentos fehacientes, el nacimiento en Sogamoso de Juan Lorenzo Alcantús,
con lo cual se desvirtuó la errónea especie, que circuló por mucho tiempo, conforme a la cual, el prócer comunero habría nacido
en otro lugar. Entre tales documentos se encuentra la “confesión” de Alcantús, hecha bajo la gravedad de juramento
el 22 de Octubre de 1781 ante el alcalde del Socorro y de la cual se extracta. “ – dijo llamarse Juan Lorenzo
Alcantús, NATURAL DE SOGAMOSO, que es de cuarenta años, que su estado es de casado y su oficio de talabartero...”.
Pues bien en 1980, a instancias de Gabriel Camargo Pérez, se quiso testimoniar
la gratitud de Sogamoso a los héroes comuneros y por acuerdo 024 del cabildo local se honró la memoria de Juan Lorenzo Alcantús
y entre otras cosas se dispuso bautizar la avenida comprendida entre las calles 26 y la Plaza de Toros La Pradera con el nombre
del mártir comunero y se erigió en su honor un busto recordatorio, precisamente en el parque de banderas del Coliseo Cubierto,
el cual permaneció allí hasta el año 2000, cuando no sabemos por orden de quien y en acto iconoclasta que envidiarían los
propios Taliban se arrancó el monumento escultorio de Alcantús, se destruyó su pedestal y se volvieron trizas las placas alusivas
al comunero sogamoseño. Después de rodar por oficinas oficiales, la susodicha escultura fue a parar a la residencia de algún
ciudadano interesado, quien infructuosamente, pretendió reerigirla en el parque de su barrio, el “Juan Lorenzo Alcantús”,
por más señas, en el norte de la Ciudad del Sol.
Contrasta lo anterior con San Gil, en Santander, cuyo coliseo de deportes lleva
el nombre de “Juan Lorenzo Alcantús”, mientras que en el lugar de su nacimiento, Sogamoso, olvidamos su hazaña
y su sacrificio y dejamos pasar inadvertido el aniversario de la gloriosa gesta comunera, pues ni las autoridades culturales
o educativas, ni de la historia se pronuncian sobre el tema; como lo dijera el ilustre manchego. “No nos preocupamos
sino por las cosas de comer”, (o de beber), y descuidamos los hitos gloriosos de nuestro acontecer histórico.
Que bueno que se reparen estas omisiones y que el Acuerdo 024 de 1980 no siga siendo
letra muerta y que ojalá no esté lejano el día en que la efigie de Juan Lorenzo Alcantús vuelva a estar presente en un lugar
público para que en los ciudadanos y particularmente en los jóvenes renazca el patriotismo y se consolide el culto a la Sogamoseñidad,
que tanta falta nos hace.
ADDENDA. – “El futuro será incierto e imprevisible para los pueblos
que no sean conscientes de su propia historia”.
Manuel Muñón de Lara